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Semmelweis versus Klein


Es increíble lo curiosa que es la vida. Resulta que Semmelweis un médico húngaro nacido hace sólo menos de 200 años trabajaba en un hospital maternal. En el mismo, había dos pabellones, el número uno y dos. En el segundo había un número bastante más alto de muertes de parturientas que en el primero. Semmelweis decide estudiar qué está pasando y después de mucho darle vueltas descubre que el segundo pabellón era atendido por estudiantes que previamente habían analizado cadáveres de parturientas infectados y sin lavarse las manos, atendían a las mujeres del pabellón dos. Esto que ahora nos parece algo lógico fue visto por el resto de sus colegas, liderados por Klein, otro médico, como algo herético. Semmelweis sugiere que se laven las manos antes de atender a las futuras madres, nadie le hace caso, es más le insultan y menosprecian dando argumentos tales como que las mujeres del pabellón dos eran más toscas y por eso morían más. Semmelweis, convencido de sus hallazgos, empieza a llamar asesinos a los médicos que no se quieren esterilizar antes de entrar a los partos. Es despedido. Vuelve a ser readmitido meses después, pero sus teorías no son seguidas. Vuelve a montarla pidiendo a las familias que no se dejen atender por médicos que no se quieran esterilizar.
Finalmente, acaba en un psiquiátrico del que es rescatado para trabajar en otro hospital. Pero, paradojas de la vida, se infecta al hacer una autopsia a un bebé y muere por culpa de lo que llevó toda su vida intentado prevenir. Poco después de su muerte, los médicos empiezan a descubrir que con la esterilización de las manos, las muertes se reducían casi a la nada. Semmelweis nunca intuyó lo mucho que su obra haría por la humanidad.
Por eso, cada vez que voy a la consulta de un médico me pregunto si el galeno sería seguidor de Semmelweis o de Klein. Por si las moscas, le miro como lleva las uñas...

Pasión por Argentina (I): El tango de Astor Piazzolla


¿Cómo puede gustarme Argentina sin conocerla personalmente? No lo sé, pero desde hace mucho es un país que me atrae, me conmueve, lo siento como si hubiese estado en él. Serán las películas, lo que cuentan los que han estado o vienen de allí. Será la mezcla de culturas, o será quizás el tango... El tango que puede ser muchas cosas, alegría, pena, melancolía, lujuria, ritmo, enfrentamiento y complicidad. Adoro el sonido del bandoneón, el acento porteño y por supuesto a Astor Piazzolla.
Un buen amigo al que una vez traicioné (espero que haya conseguido perdonarme), tras un gran viaje por la vasta Argentina me trajo además de buen vino este disco dedicado al genial compositor.
De entre todas las joyas quiero dedicaros (Cat,s espero que te guste) "Decarísimo" en una versión orquestal que pone los vellos de punta. Sólo de un irreverente inconformista como Piazzolla, mal comprendido entonces y venerado ahora, pueden salir melodías como "Adiós Nonino", "Invierno Porteño" o "Café 1930".
¡Quién pudiera bailar un tango con alma!
La foto de Buenos Aires nocturna es de Johannrela

Fútbol y baloncesto

Me gustan los dos, aunque debo confesar que el que más he practicado es el baloncesto. Como espectador, sin embargo hace bastante tiempo que me he decantado por el de los chicos altos y explicaré mis razones.
En primer lugar, el baloncesto es un deporte vibrante, con tensión constante y emoción casi siempre. El fútbol puede llegar a ser un tostón si no hay goles ( lo que ocurre demasiado a menudo). El público que asiste al baloncesto es inteligente, educado, divertido y con espíritu juvenil (raras veces se critican las decisiones arbitrales). En el fútbol, los insultos son constantes, la imaginación de las aficiones nula y el árbitro es el muñeco del pin pan pum.
En segundo lugar, las selecciones. La de baloncesto llega a hacer que te sientas orgulloso, los jugadores dan el todo por el todo, son un grupo de amigos que respetan al entrenador, los gestos son siempre dignos (recordemos el jugador que dejó su plaza para que jugara Garbajosa) y encima... ganan.
La de fútbol, cuesta muchísimo dinero, no gana nada, son engreídos y cuestionan siempre al entrenador. Si hay gestos, salvo raras excepciones, son de mal gusto.
Y lo último que me hizo decantarme por el baloncesto fue lo siguiente: mi hija de nueve años, se emociona tanto viendo los partidos que el día que España perdió la plata del europeo lloraba amargamente. Le propuse escribir un email a su jugador favorito (Calderón) dándole ánimos y diciéndole lo mucho que disfrutó viendo su juego. La sorpresa ha sido que ¡le ha contestado! y estoy casi seguro que es él por algunos detalles. Primero, escribe cuando está más tranquilo de compromisos y eso es comprobable. Segundo, firma con el nombre con el que se presenta a sí mismo y además, si le habéis visto hablar, usa expresiones que son suyas.
¿Cuántos jugadores de fútbol contestarían?
Vídeo de Josa Manuel Calderón en la NBA.