martes

Es que soy un animal

Iba paseando ayer por la calle, serían las cuatro y media de la tarde y empiezo a notar algo extraño, algo raro. No sabía muy bien qué, pero era algo desasosegante. Quizás, pensé, la hora no es la más habitual para pasear por la calle. No tenía frío, la tarde era de esas espectaculares en las que la luz la inunda todo y el cielo azul parece que se va a echar encima de nuestras cabezas, como queriendo tragarnos.
Tampoco estaba cansado ni me encontraba enfermo, ya os digo, una sensación de lo más extraña. Iba pensando esto cuando empiezo a darme cuenta que lo que no me cuadraba en todo esto era la luz. Demasiada. Miro arriba al sol y me digo: ¡ya está! el cambio de hora. Tenía todos los relojes cambiados excepto el mío propio, el biológico. Era como si el cuerpo me dijera, no es esta hora, esta luz no es la normal. Y mi cerebro protestaba porque se encontraba descolocado.
En ese momento me sentí animal. Vamos, quiero decir que caí en la cuenta de que somos animales desde el punto de vista biológico, y esa dimensión tan propia de las especies como es regular la vida en función de la luz y de la altura del sol, sigue funcionando en nosotros como si no hubieran pasado casi un millón de años en que éramos más cercanos a los primates.
Eché una carcajada y por un ratito, todo mi orgullo de homo sapiens se fue al traste. Somos lo que somos.