jueves

El encanto de llamar.


Desde que empecé en el mundo laboral ha llovido. Pero tuve el gusto de conocer lo que era una centralita de teléfonos. De las antiguas. Esas que tienes que meter clavijas por huecos para poder poner a una persona con otra para tener una conversación. L. era la persona encargada de dicho menester. Estaba en la entrada de nuestra clínica. Metida dentro de un cuartito pequeñito que ocupaba toda la centralita. Su conexión con los compañeros era un pequeño mostrador que nos dejaba ver todo el encanto de dicho aparato. Cada vez que llamaban del exterior, L. se ponía unos cascos. Ella hablaba con el interlocutor que solicitaba que le pusieran con una habitación determinada. L. conectaba la clavija al hueco correspondiente. Y avisaba al paciente que le iba a pasar una llamada. Y no sé dónde le daba para que ya hablaran los dos sin problemas. Y sin ser escuchados. No solíamos meternos en el cuarto de la centralita. Estaba diseñado para que sólo cupiera una persona. Pero a mí me gustaba, al entrar o salir de mi trabajo, hablar con L. para poder echar un vistazo a esa maravilla. Y L. estaba encantada con su trabajo. Era una señora de mediana edad que se enteraba de todo o de casi todo. Además tú lo veías. Cuando llamaba alguien le preguntaba inocentemente de parte de quién. El interlocutor decía su nombre, pero ella seguía preguntando que si era su hermano, vecino o qué...Y el otro se lo decía. Eran otros tiempos. Tiempos que a uno no le importaba perderlo en preguntas de ese tipo. Ahora todo son prisas y cuando queremos hacer alguna gestión a través del teléfono queremos celeridad. Tanto tú como el que te atiende. Nada es lo que era. La tecnología ha roto el encanto.
Foto del Flickr. Autor: Pentaconto.