miércoles

Inmigrantes

Llegar hasta la frontera no fue fácil, miles de kilómetros aguantando el frío, con los pies a punto de reventar, sólo por la ilusión de darle un futuro mejor a mi familia.
No hay salida, en mi país no hay trabajo, no hay seguridad, no hay futuro. Las dudas han sido grandes, he empleado los pocos ahorros que aún nos quedaban y que servirían para pasar el invierno para poder ver la tierra prometida. ¿Qué me espera? ¿Dónde viviré? ¿Habrá trabajo para mí?
Mi contacto está esperándome tras aquella casa y con la suma acordada, a buen seguro, no habrá problemas. Un coche, unas luces; es la señal. No entiendo lo que dice pero me señala un hueco bajo el asiento en el que debo intentar encajar. Todo está oscuro, el miedo ha terminado por apropiarse de mí, quiero ver a mi compañera y a mi hijo. ¿Cuánto tiempo pasará hasta que pueda saber algo de ellos? Ya paramos. Un bocadillo, una botella de agua y una frase que suena a despedida. Estoy en una ciudad, muchas luces, muchos coches, frío, ¿dónde dormiré?
No importa, ya estoy aquí, y mi vida va a cambiar.
Más de un millón de españoles en 1973 habían emigrado a Europa, varios cientos de miles lo hicieron clandestinamente.