domingo

Iphone y trabajo


Asisto ayer con ilusión a la concentración que tuvo lugar en la Puerta del Sol para conmemorar el aniversario del 15M. Estoy con mi hijo adolescente al que intento explicar lo que va a ocurrir y la importancia del hecho. Al principio, se ve llegar una cola de manifestantes que viene de los barrios y que va situándose en el centro de la plaza. No hay mucha gente aunque se suponía que el evento empezaría a las 19:00 y son más de las 20:00 horas. Ambiente festivo y reivindicativo. La emoción va en aumento. Pero conforme van llegando más gente y la plaza se va llenando, el público que engorda la reunión ya no es el que esperaba. Treintañeros con bolsas llenas de botellas y licores varios se van sentando y grupos en los que las cachimbas son el "centro" de las protestas van tomando protagonismo. Por un momento empiezo a pensar que no he salido de Jerez, que estoy en el botellódromo de la Rosaleda y que allí no se está reivindicando nada sino que se ha montado un macrobotellón, eso sí, sin música y que el espíritu del 15 M no puede haber acabado así. El progreso de la noche no hace que mejore la situación, todo lo contrario, hay mucha gente ya borracha directamente y esos debates que se suponían sesudos no son más que discusiones por ver quien ha bebido más o a qué policía se le chilla más fuerte. Todo está lleno de vasos de plástico tirados al suelo y la basura  empieza a inundar el espacio que nos rodea. En un momento dado, me fijo en una pancarta y lo comprendo todo. Dice así: "Iphone y trabajo" y lo sostiene una mujer cercana a la treintena pero vestida como lo hacen las de veinte. Claro, era yo el que estaba equivocado. Los indignados no son jóvenes cabreados porque la vida les es tan complicada que tienen que salir a la calle porque no les queda otra salida. No. Son muchachos ya talluditos que han estudiado en la Universidad, que han vivido en un estándar de vida muy cómodo y que ven peligrar el mismo. No son gente que luchen por unos derechos, son jóvenes que protestan porque quieren seguir viviendo como rajás sin luchar en donde hay que luchar, en la calle y creando su propio futuro. Quiero creer y creo que todos no son así. Estoy convencido de que el año pasado la actitud sería otra. Pero uno que esperaba un despertar de nuestra sociedad adormecida con esperanza, se ha llevado una decepción muy grande. Ahora comprendo por qué los políticos no están asustados de los indignados, e incluso los miran con simpatía.