miércoles

Salto mortal

Cuando era pequeña, muy pequeña, me gustaba ser soñadora. Pero quizás me costaba conciliar el sueño más de lo normal según qué noches. De adolescente no sabía lo que quería ser, me daba miedo el futuro. Lo veía todo negro, como los ojos del demonio que me gustaba invocar en las eternas noche de miedo. Pronto tuve que espabilar más de lo normal y echarme responsabilidades más de las que ya tenía. El tiempo pasaba tan lento que creía que mi respiración no podría llevar el ritmo del segundero de mi reloj interior. De los 20 a los 30 fue una época llena de fuertes sensaciones que me dejaron extasiada (que no anestesiada) para mucho tiempo. A medida que pasaban los meses en dicha década mi pelo se iba llenando de canas y mis entrañas de vida. Ahora puedo decir, mirando atrás, que me siento como la que ha dado un salto mortal con triple tirabuzón sin un colchón abajo por si me caía. Me siento en paz y con la cabeza amueblada. Pero para sentirse así hay que moverse en todos los sentidos y caer una y otra vez en la trampa de sobrevivir cada día. Nada es gratis, así que no me lo pidas tan ricamente.