sábado

Cuidado con la crisis


Cuando era pequeña dejé de cuidar a mis muñecas cuando empezaron a nacer mis hermanos. Me tocó ayudar a mamá en la tarea del cuidado.
También me tocó cuidar de mis abuelos cuando no podían hacer las faenas de la casa. Me convertí en madre y cuidé de mis hijos hasta que pudieron valerse por sí mismos. Eso duró poco. Empezaron a llegar los nietos y cuidé de ellos. Tuve que cuidar de mis padres, y por supuesto de mis suegros, hasta que fallecieron. Cuidé de mi marido enfermo postrado en una cama que tenía los ojos llenos de horror al saber que sus esfínteres no le respondían cuando él quería. Uno de mis hijos se divorció y me tocó cuidarlo de nuevo por presentar una depresión que no lo hacía valerse por sí mismo. Eso desembocó en un alcoholismo y me tocó seguir cuidando.
Ahora estoy aquí, con 70 años. Sola, cansada, amargada, con la cabeza llena de recuerdos empujando cochecitos o sillas de ruedas. Triste, melancólica, con la mente viva y el cuerpo inerte. Aquí estoy, desvalida, olvidada. Ni siquiera puedo limpiarme cuando hago de vientre o hacerme de comer para alimentarme. Dicen que estamos en crisis, que no hay para pagar a una cuidadora. A una para mí, que me he llevado más de 60 años cuidando de todos. Y pienso que la vida no es justa. Debí morirme cuando tenía fuerzas para tirarme por la ventana.
Alguien me encontrará aquí...pero ya será tarde. Sólo quedarán mis viejos huesos, destrozados de tanto cuidar de otros. Reza por mi alma antes de que la tuya se pudra.