domingo

Nano

La inspiración le vino en 1990. Era casi una niña, pero el descubrimiento le dejó boquiabierta: alguien había sido capaz de organizar una serie de átomos de forma que mostraran un patrón reconocible para la humanidad. Aunque lo reconocible fuera algo tan prosaico como las letras " IBM". Su profesor acababa de explicar el fascinante universo de las partículas elementales y en su cerebro sólo cabían imágenes de electrones orbitando, de quarks, de probabilidades inciertas. Se lo había preguntado muchas veces, ¿seríamos capaces de manipular lo atómico? ¿podríamos diseñar máquinas que fueran capaces de trabajar a esas escalas? Durante su formación como ingeniera se abrieron muchas ventanas, se hablaba ya abiertamente de la nanotecnología y muchos de sus compañeros veían un futuro real trabajando en cuestiones insospechadas para la mayoría. ¿Se podría limpiar una prenda sin usar sustancia alguna? ¿Seremos capaces de manipular el adn  dañado de una célula enviando nanoreparadores de las proteínas?
Ella iba por otro lado, pensaba en mejorar las comunicaciones neuronales. Si pudiera crear nanotransmisores que potenciaran el número de sinapsis, la velocidad y su eficacia, la inteligencia humana no tendría límites. Cualquier razonamiento podría tener infinitas posibilidades. Imaginaba la posibilidad de procesar en paralelo. ¡Por fin sería capaz de hacer muchas cosas distintas a la vez que implicaran un alto nivel de concentración!
Ahora que lo había logrado, deseó que sus ilusiones no se hubieran hecho nunca realidad. Que el porcentaje de éxito no hubiera mejorado las expectativas más optimistas. Pensaba en los cien voluntarios que se sometieron durante un mes a las pruebas y que ahora eran sólo parte de un proyecto fallido. Inexorablemente, habían tenido el mismo destino. El suicidio. Ninguno fue capaz de soportarlo.


Pensó por un momento que el ser humano no estaba  preparado para tanta sobrestimulación. O podría haber sido que ninguno sobreviviera al hecho de ser unos incomprendidos. Heridas antiguas se abrían de nuevo al recordar esos cursos en las que le pusieron la etiqueta de sobredotada. Todos la envidiaban, pero ella lo vivía como una maldición. Debería haberse dado cuenta...