martes

Carga genética

Descubrió que era adoptado cuando se lo dijeron.
No sospechaba nada porque no era de fijarse en parecidos. Y había sido tratado con mucho amor.
Era muy callado. Demasiado, creía su madre adoptiva. Sin embargo nunca había dado motivos de rebelión. Pasó la infancia jugando solo. Nadie jugaba con él porque lo decía todo con la mirada. Una mirada demasiado adulta para sus siete años.
La adolescencia fue menos fructífera en amistades. Ni siquiera un amor. No sabía transmitir nada más que frialdad. Aunque no lo quisiera. Era algo innato.
Lo peor estaba por llegar.
Un día entró en su casa, su madre estaba en la cocina y con el cuchillo que había utilizado para cortar la carne la mató. Luego esperó sentado a que su padre llegara del trabajo. Lo que le tocó no era menos.
Lleno de sangre, la resistencia del padre fue enorme, salió a la calle.
Y allí una vecina le espetó la verdad. Con la voz chillona y llena de pánico gritó a los cuatro vientos que su padre biológico y el padre de éste fueron ajusticiados por asesinar a sangre fría a su familia.
La carga genética, a veces, es escalofriante.




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