sábado

Silencio, se escucha.







No se conformaba con escuchar lo que uno quería decirle, quería más. Quería saber lo que uno pensaba a sus espaldas. Lo quería todo y eso no estaba bien.
Se iba y a escondidas escuchaba detrás de la puerta lo que simplemente confiabas a otras personas. Tus pensamientos más íntimos, tus deseos, tus miedos.
Y llegó el momento en que el destino pone a cada uno en su sitio. Se convirtió en una estatua que formaba parte de la maravillosa puerta que cerraba mi casa, con su oreja pegada a la misma.
Un escarmiento para los ávidos de historias ajenas.

(Foto Agata)

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